EL ♥ DE UNA MADRE NUNCA OLVIDA
Hay un recuerdo que duerme en mi memoria pero cuando este despierta me genera un sublime sentimiento; tan sublime, como la voz de mi abuela segundos antes de morir:
“¡Oswaldo, hijo viniste!”– Tomó las manos adultas de su pequeño y expiró.
Viví con mi abuela los trece primeros años de mi vida y me acuerdo de su rostro como si fuera ayer. Aun puedo ver brillar su diente de oro cuando sonreía y su rostro tan tierno y ansioso cuando me esperaba a la salida del colegio en la primaria. Ella siempre soñaba con mi fiesta de 15 años porque le gustaban los vestidos de fiesta y se empeñaba en decir que cada día yo estaba más grande. Los años pasaron y mi abuela empezó a envejecer, como envejeció también esa alegría de tenerla conmigo que se iba disipando con el tiempo porque poco a poco ella fue olvidándolo todo.
“¡Mamá, yo soy Eli!” – escuché decir a mi madre un día.
Mamá Geli, porque así era como yo le decía a mi abuela, tenía un rostro que manifestaba entre vergüenza y confusión. Algo estaba pasando en su mente y luego se quedo sin expresión.
“Señora Angélica yo no soy su hija. Yo soy Betty, su nuera. Ella es su hija” – Dijo mi tía política con cierta sonrisa entre vergüenza y señalando con el dedo a mi madre que observaba a mi abuela con suma tristeza.
“Ah cierto ¿no? Tú eres Elita. Ja ja ja “– Dijo mi abuela entre risas ingenuas luego de haber confundido a su nuera con su propia hija y aun habiendo confundido los nombres.
“¿Acaso mi madre tiene lagunas mentales? ¿Qué esta pasando con ella?” – Se preguntaba en voz alta siempre mi madre con mucha preocupación.
Pensábamos que mi abuela tenía lagunas mentales; sin embargo, ella era naturalmente muy joven para tenerlas. Por esta razón mi madre y mi tío decidieron llevarla al médico para saber cuál era su problema de salud porque estas situaciones tan preocupantes sucedían con frecuencia y nos quitaban el aliento. Muchas veces salía a la calle y luego no sabía cómo regresar a casa, confundiendo un ómnibus por otro y al volver lloraba amargamente perdiendo la paciencia de forma desmedida. En algún momento tuvo también comportamientos sin sentido como hablar y reírse sola; u olvidaba alimentarse a sus horas. Sin embargo, todo esto tenía una razón.
“¿Alzheimer? ¿Mal de Alzheimer? ¿Qué eso Helber? ¡Explícame por favor!” – dijo alterada mi madre, una tarde.
A mi abuela Angélica le detectaron mal de Alzheimer. Una de las enfermedades más tristes en el ser humano. Escuché decir en aquellos días que las personas con este mal no mueren de Alzheimer si no de las deficiencias que esta enfermedad causa en el paciente.
La rotura de los tejidos cerebrales de mi abuela no solo había ocasionado que sus células nerviosas se atrofien, si no también habían provocado momentos de extrema tristeza en mi familia. Pasando el tiempo su mal fue empeorando porque al principio confundía a los miembros de la familia y poco a poco fue perdiendo las capacidades mentales. En ese momento en que mi abuela sufría de confusión mental, irritabilidad y agresión, cambios del humor, trastornos del lenguaje, pérdida de la memoria de largo plazo y una predisposición a aislarse, pude comprender que los roles en mi casa cambiarían definitivamente como quien da un giro de 360º a la vida. Por muchos años mi abuela cuidó de mi madre pero ahora mi madre cuidaría de ella como si un día fuera como un año.
Recuerdo que luego cuando mi abuela tuvo que postrarse en una cama sin facultad para caminar y como un bebé miraba a la nada porque no tenía en qué pensar y mi madre cambiaba sus pañales desvelándose por ella para que sienta menos dolor. El Alzheimer de mi abuela evoluciono rápidamente tanto así que cuando ella perdió todas las capacidades ya no podía hacer nada. Aun el momento de comer era un martirio porque las facultades de masticar y tragar ya habían desaparecido, esto provocó que sus defensas disminuyeran y se enfermara con frecuencia. Aunque en diversas ocasiones mi tío quiso que una enfermera atienda a mi abuela, porque algunas heridas salieron en su cuerpo ya que todos los días estaba echada en cama, su situación sacaba de quicio a cualquiera y finalmente mi madre siempre decidía cuidar de ella.
“Así es mejor porque ahora yo soy como su madre. La cuidaré como ella algún día cuidó de mí” – dijo un día mi madre con sonrisa en el rostro y mi corazón de niña se llenaba de pena por ambas.
Una madrugada las heridas de mi abuela habían supurado tanto que le habían ocasionado una intensa fiebre. Muchas madrugadas mi abuela sufrió infortunios como caerse de la cama y romperse la frente o el labio, y otras situaciones más, pero esta ultima si fue letal. La fiebre intensa le causó una grave neumonía que la postró en la cama de un hospital.
“Creo que debemos esperar lo peor señor” – Le dijo el médico a mi tío Helber, desahuciando a mi abuela frente al agobiado rostro de mi madre.
“¿Le avisaste a Oswaldo!” – Dijo mi madre.
“¿Quién es Oswaldo señora?” – preguntó el medico curiosamente.
“Es nuestro hermano doctor, nosotros somos tres hermanos, pero él vive en provincia” – Dijo mi tío.
“Espero que llegue a tiempo porque no creo que su madre soporte mucho tiempo señor.”
Mi madre me contó que cuando el doctor dijo estas palabras en el pasadizo del hospital su corazón se comprimió tanto de tristeza, al saber que su madre moriría sin haber visto a su hijo que vivía tan lejos por última vez. Y yo pensé:
“Cuanto tiempo que mi abuela no ve a mi tío Oswaldo. Antes, cuando mi abuela estaba bien de salud tan solo se saludaban por teléfono debida o la distancia y ahora que pueden verse, mi abuela esta en agonía y sin capacidad de reconocimiento. ¡Qué irónica es la vida!”
Por fin corrimos por el pasadizo del hospital junto con mi tío Oswaldo que había llegado desde tan lejos, después de un día que mi abuela había sido internada. La puerta de la habitación de mi abuela se abrió y sucedió aquello que se convirtió en el recuerdo más sublime de mi vida. Escuché la voz de mi abuela.
“¡Oswaldo, hijo viniste!”– Tomó las manos adultas de su pequeño y expiró.
Hubo un gran silencio y sorpresa en la habitación. Después todos lloramos.
Cualquiera se preguntaría cómo una enferma de Alzheimer que había perdido las facultades del habla pudo haber pronunciado tan perfectamente el nombre de su hijo en el preciso instante que este entró en la habitación, y aun tocar su mano con tanta templanza.
Ahora entiendo que la naturaleza del hombre es tan inefable porque estamos hechos a imagen y semejanza de Dios. Comprendo que el corazón de una madre jamás olvida porque es semejante al de Dios. Así como el corazón de mi abuela Angélica que sufrió tantos males, jamás olvidó a sus tres hijos; de igual manera el corazón de nuestra Madre Celestial. Ella está sufriendo dolores de muerte peores que los de un pecador; sin embargo, el corazón de la Madre jamás nos olvida.
Al recordar a mi madre cuidar de mi abuela en sus días de enfermedad, pienso en cómo puedo ayudar a nuestra Madre Celestial que ha vivido tantos años de su vida con nosotros cargada de dolor y sufrimiento extremo. Pido a Dios Elohim en oración que me permita ayudar a la Madre Celestial para que sienta menos dolor y mis obras consuelen su espíritu hasta el último día. ¡Muchas gracias Madre Celestial por cuidar de mi alma por tantos años y jamás haberse olvidado de mí!