- Reseña del poemario POEMAS
AZULES de Daniel Olmedo -
Por
Karina Medina
Daniel
Olmedo es un joven demonio que ha
sido poseído por la locura a temprana edad. Esta demencia que lo enciende cada
vez que los versos se apoderan de él hace que exprese los Poemas Azules como si fuera de otra época. Definitivamente, el yo
lírico de este conjunto de poemas tiene el alma color índigo y es un espíritu
de otro tiempo; al cual la poesía embiste imponiéndole una necesidad de gritar.
El
filósofo Platón dijo que todo aquel que se atreva a escribir poesía sin estar
poseído por el delirio que este arte exige, creyendo que puede ser poeta, tan
solo por el hecho de escribir de acuerdo con determinados recursos técnicos,
estará muy lejos de ser un poeta verdadero, porque la poesía de los letrados
siempre será eclipsada por aquella que destila locura divina. Olmedo está loco,
malditamente loco; y la divinidad que lo arremete en Poemas Azules, es en definitiva una demencia bella y precoz.
Mi
escritura me lleva
hasta
el margen de la locura
donde
sobo mis dolores
que
diariamente me dejan moribundo
sintiendo
los tormentosos temblores
que
me alejan de este mundo.
En
Poemas Azules, el autor toca temas
que lo mantienen al pie del acantilado. El amor romántico, la muerte, el dios
de este siglo, Dios y los dioses griegos mantienen al tope la lectura. Los
versos de esta primera entrega poética no tienen el interés de caerle bien al
lector; su existencia misma son la perdición del autor, que no peca en usar la
técnica ni la métrica pero si utiliza algunas rimas bajo la escritura libre. El
ritmo de Olmedo es como de caballos acelerados rumbo al infierno y se ponen
enhiesta cuando llegan al borde de los sentimientos. Es aquí donde se logra
saborear la dulzura del demonio enamorado, sexual, creyente y lleno de fe,
nostálgico y cargado de esperanza; esperanza que él sabe que guarda en lo más
profundo de su ser, pero que prefiere no recordar.
Hártense
de mí dioses formidables
ni
Neptuno ni sus caballos blancos detendrán
esa
horda de sentimientos precoces
con
la melodía de Orfeo y el poder de un titán.
También
debo mencionar; que detrás de la locura consciente del hijo bastardo de los dioses, está la pataleta de un Daniel Olmedo
con una necesidad inmensa del yo personal de manifestar su rebeldía adolescente
por medio de una poesía – que como ya dije antes – tiene una voz ancestral, un
estilo clásico, antiguo pero extrañamente armonioso.
¡Oh maldito seas Olmedo!
Esculléndome de mis peores deseos y
malos pensamientos, arrimo un poco al amor que vive de mí, despertándolo
soñoliento con ganas de amamantar a la humanidad, letras precoces que se cosen
con mi espíritu. He aquí cuando empiezo a delirar en estos párrafos, sufridos
algunos, temibles pero todos azules.
Cuando mis ángeles y demonios tienden
lucha, probablemente la sangre salpicada sea belleza para vosotros.
Esta
manifestación del joven demonio nos
muestra que a su corta edad, el autor ya se siente hombre y se maravilla de lo
que le ha tocado vivir a pesar del poco tiempo que lleva de peregrino en esta
Tierra. Y puedo afirmar este sentir porque concuerdo con Arthur Schopenhauer
cuando asevera que a excepción del hombre ningún ser se maravilla de su propia
existencia. Tomaré esta palabra como literal porque no siento que Olmedo se
victimice por sus dolores y gemidos; más bien creo que realmente se queda
sutilmente sorprendido por su mecanismo de supervivencia.
A mi corta edad he vivido cosas que no
debí. Pero no desaproveché aquellas oportunidades que ahora son parte del
pasado y moran postradas en mi mente.
Así,
tan ausente de estructura popular, es la poesía de Daniel Olmedo; al que yo no
dejaría de considerar como esa joven promesa que no todos podríamos leer.