lunes, 14 de septiembre de 2020

Horda de sentimientos precoces

 


- Reseña del poemario POEMAS AZULES de Daniel Olmedo -

Por Karina Medina

Daniel Olmedo es un joven demonio que ha sido poseído por la locura a temprana edad. Esta demencia que lo enciende cada vez que los versos se apoderan de él hace que exprese los Poemas Azules como si fuera de otra época. Definitivamente, el yo lírico de este conjunto de poemas tiene el alma color índigo y es un espíritu de otro tiempo; al cual la poesía embiste imponiéndole una necesidad de gritar.

El filósofo Platón dijo que todo aquel que se atreva a escribir poesía sin estar poseído por el delirio que este arte exige, creyendo que puede ser poeta, tan solo por el hecho de escribir de acuerdo con determinados recursos técnicos, estará muy lejos de ser un poeta verdadero, porque la poesía de los letrados siempre será eclipsada por aquella que destila locura divina. Olmedo está loco, malditamente loco; y la divinidad que lo arremete en Poemas Azules, es en definitiva una demencia bella y precoz.

 

Mi escritura me lleva

hasta el margen de la locura

donde sobo mis dolores

que diariamente me dejan moribundo

sintiendo los tormentosos temblores

que me alejan de este mundo.

 

En Poemas Azules, el autor toca temas que lo mantienen al pie del acantilado. El amor romántico, la muerte, el dios de este siglo, Dios y los dioses griegos mantienen al tope la lectura. Los versos de esta primera entrega poética no tienen el interés de caerle bien al lector; su existencia misma son la perdición del autor, que no peca en usar la técnica ni la métrica pero si utiliza algunas rimas bajo la escritura libre. El ritmo de Olmedo es como de caballos acelerados rumbo al infierno y se ponen enhiesta cuando llegan al borde de los sentimientos. Es aquí donde se logra saborear la dulzura del demonio enamorado, sexual, creyente y lleno de fe, nostálgico y cargado de esperanza; esperanza que él sabe que guarda en lo más profundo de su ser, pero que prefiere no recordar.

 

Hártense de mí dioses formidables

ni Neptuno ni sus caballos blancos detendrán

esa horda de sentimientos precoces

con la melodía de Orfeo y el poder de un titán.

 

También debo mencionar; que detrás de la locura consciente del hijo bastardo de los dioses, está la pataleta de un Daniel Olmedo con una necesidad inmensa del yo personal de manifestar su rebeldía adolescente por medio de una poesía – que como ya dije antes – tiene una voz ancestral, un estilo clásico, antiguo pero extrañamente armonioso.

 

¡Oh maldito seas Olmedo!

Esculléndome de mis peores deseos y malos pensamientos, arrimo un poco al amor que vive de mí, despertándolo soñoliento con ganas de amamantar a la humanidad, letras precoces que se cosen con mi espíritu. He aquí cuando empiezo a delirar en estos párrafos, sufridos algunos, temibles pero todos azules.

Cuando mis ángeles y demonios tienden lucha, probablemente la sangre salpicada sea belleza para vosotros.

 

Esta manifestación del joven demonio nos muestra que a su corta edad, el autor ya se siente hombre y se maravilla de lo que le ha tocado vivir a pesar del poco tiempo que lleva de peregrino en esta Tierra. Y puedo afirmar este sentir porque concuerdo con Arthur Schopenhauer cuando asevera que a excepción del hombre ningún ser se maravilla de su propia existencia. Tomaré esta palabra como literal porque no siento que Olmedo se victimice por sus dolores y gemidos; más bien creo que realmente se queda sutilmente sorprendido por su mecanismo de supervivencia.

 

A mi corta edad he vivido cosas que no debí. Pero no desaproveché aquellas oportunidades que ahora son parte del pasado y moran postradas en mi mente.

 

Así, tan ausente de estructura popular, es la poesía de Daniel Olmedo; al que yo no dejaría de considerar como esa joven promesa que no todos podríamos leer.


"Ya no puedo darte el corazón. Iré donde quieran mis botas."

NADA

no sabes nada de mí no haces nada por mí no me cuidas no me descuidas no te expresas me ignoras no me ignoras ...