jueves, 1 de junio de 2023

Un ensayo sobre tres obras del teatro del absurdo (una comparación necesaria).

 


  




Una comparación necesaria

por Karina Medina Paico

    Por medio de este ensayo, abordaremos un análisis concerniente a la relación importante que guardan tres piezas teatrales peruanas consideradas como parte del teatro del absurdo, publicadas durante el periodo de los años sesentas y ochentas. Adicional a ello, se dará detalle en qué medida las obras a mencionar han aportado de manera significativa a nuestro teatro nacional. Las obras teatrales elegidas para el presente trabajo argumentativo son Ipacankure de César Vega Herrera, El buzón y el aire de Grégor Díaz y La campana de Julio Ortega, de las cuales analizaremos asuntos referentes a la época en la que fueron puestas en escena por primera vez, el tipo de teatro al que pertenecen, la temática, el contexto y las características propias de las mismas.

    Estas tres obras de teatro no solo tienen en común haber sido escritas en tiempos en los que el Perú se encontraba inmerso en un fuerte ambiente de tensión y de cambios ideológicos, sociales y políticos que serán determinantes para el desarrollo de sus planteamientos, sino que las tres están escritas en un acto, con dos únicos personajes varones en escena y contienen un aire de realismo con carácter de protesta social. Son piezas relativamente cortas en las que los personajes mantienen diálogos que abordan problemáticas realistas pero con una comunicación que ciertamente cae en lo absurdo, ya que se torna precaria con el pasar del tiempo, si es que no lo fue desde el principio de la historia. La temática que presenta cada una de ellas está vinculada a la miseria del hombre, a la situación de abandono de la cual puede ser víctima y a cómo este afronta la soledad.

    Cabe recalcar que si bien César Vega Herrera, Grégor Díaz y Julio Ortega son autores que adoptaron aspectos del absurdo en sus creaciones, dicha incorporación provino más de las formas exteriores (contexto) que del espíritu de esa corriente teatral. En este caso, se aproximaron más a las preocupaciones de carácter existencialista de este teatro, no siendo conscientes muchas de sus técnicas. Sucede que, propio de las tendencias que predominaban en las manifestaciones teatrales no comerciales del período de los años sesentas, era la protesta de carácter social y político y no las de paradoja, algo tan perteneciente a las vanguardias experimentalistas como lo es el absurdo meramente dicho.

    César Vega Herrera nació en Arequipa en el año 1936, es poeta y dramaturgo social. También es dibujante, periodista y profesor de arte dramático. De formación autodidacta, el autor menciona a Bertold Brecht, Federico García Lorca y Tennessee Williams como los dramaturgos modernos que más influyeron en él; sin embargo, Vega Herrera siempre ha sido un autor que ha sentido cierta indiferencia por el destino de sus obras.

    La dramaturgia de César Vega se caracteriza porque siempre esconde en el fondo de la trama, cierta tristeza tierna. Encontramos también,  intentos de síntesis entre las apuestas del teatro de vanguardia y el contenido social y político del teatro comprometido. Vega Herrera comparte con autores como Beckett el sentimiento del absurdo existencial y la ansiedad por la falta de un principio cósmico, sobrenatural, de la existencia. También hace hincapié en la alienación del hombre moderno, alejado de su base natural u hábitat. Dicha actitud puede asociarse tanto con el indigenismo propio de escritores peruanos de dicho período como José María Arguedas, como con la propuesta de Antonin Artaud de desplegar las fuerzas del Dios Salvaje en la escena, haciendo que el espectador deje de lado sus condicionamientos culturales. Estamos hablando, en cualquier caso, de un autor que presenta de algún modo una influencia del espíritu existencialista.

    Con su obra de teatro Ipacankure, la cual obtuvo mención honrosa del premio Casa de las Américas en Cuba, Vega Herrera se ganó un lugar importante en el ámbito teatral peruano en el año 1968. Los críticos relacionaron esta obra con Esperando a Godot, pues hay ciertos elementos comunes como la acción desarrollada por dos personajes marginales, uno de ellos menciona un ser misterioso que en ningún momento aparece: “Ipancakure”. Sin embargo, el propio autor declara no haber visto ni leído la pieza de Becket cuando compuso la obra. Hay que notar que el subtexto de Ipancakure es, en todo caso, mucho más optimista que el de Esperando a Godot.

    En Ipacankure se presenta la relación de dos hombres, Uno y Dos, que comparten habitación, comida y cama en medio de un ambiente de pobreza y precariedad. Uno y Dos son dos vendedores ambulantes que lucen chiflados y se han vuelto sobrevivientes de sí mismos y de la realidad social de su tiempo. Los diálogos y monólogos ilógicos de los personajes guardan una connotación metafísica, combinan información, reflexión y misterio; y es este último el detonador del conflicto dramático. Pues, la mención de “Ipacankure” y la imposibilidad de explicar quién es o qué significa, da inicio a las reflexiones e intercambios entre los protagonistas. De esta manera, el texto devela cercanías y distancias entre dos personajes que a la vez, tienen cierta extraña complementariedad. Muestra las diferencias de personalidad, y cómo de ellas surge el afecto y la violencia. Del mismo modo, expone la miseria, la amistad, la soledad, el desvelo y la solidaridad. Además de lo descrito, un elemento importante del texto dramático es lo que no dice, lo que sugiere o lo que dice a medias. Desde la presencia inicial de un concepto indefinible “Ipacankure” hasta los saltos entre diálogo y monólogo interior, o las frases aparentemente inconexas, el texto de Vega Herrera destila misterio; mientras delinea un mapa social que no es visible, pero sí perceptible, pues la acción se desarrolla dentro de la habitación. Así, la obra usa la palabra para informar y, a la vez, construir una atmósfera en la que se revela que el propio “Ipacankure” representa a uno de los personajes, al que el otro finalmente ya no pudo ver. De manera simultánea se dan el diálogo y confusión, información y poesía. Se podría considerar a Ipacankure como la más fina poesía urbana construida en una pieza teatral, la más triste evocación a un poema urbano marginal.

    Grégor Díaz nació en Celendín, Cajamarca en el año 1933. Fue un dramaturgo peruano que inició su actividad profesional por el año 1966 en el Club de Teatro de Lima. Se crió en el distrito de Surquillo, en el que encontraría inspiración para la creación de sus obras teatrales. Fue huérfano de padre desde sus dieciocho meses, y es recordado como un niño sacrificado por su madre, quien fallecería a sus dieciséis años. Creció en un barrio de clase baja, en el cual trabajó desde su niñez. Desde que cursaba la educación primaria se notó su vocación por escribir. Posteriormente estudiaría en la Escuela Nacional Superior de Arte Dramático durante un año y medio y en el Club de Teatro de Lima durante un año. Díaz, también estudiaría becado en el anterior Teatro Experimental de la Universidad de Chile para formarse como actor. Fue profesor por muchos años en el Club de Teatro de Lima, la Universidad Alas Peruanas, y director del grupo de teatro de la Universidad de Lima.

    La obra de Grégor Díaz evoca frecuentemente atmósferas de profunda desesperación y marginación, aludiendo en varias de ellas al funesto destino de los inmigrantes provincianos en la capital, como lo fue el propio autor, oriundo de Cajamarca. En algunas de sus piezas se observa un acercamiento más honesto, aunque menos consciente, a las premisas del absurdo. Si bien sus primeros dramas de los sesentas están próximas al realismo naturalista en sus retratos de las clases trabajadoras limeñas, sus posteriores trabajos adoptan una tónica expresionista. Sin embargo, en todas estas también se observan ciertos elementos del absurdo.

    En su obra El buzón y el aire, se produce la incomunicación directa entre sus dos personajes marginales, 1 y 2, que en vez de dialogar se alternan en sus respectivos monólogos. Por un lado, 1 vive enorgulleciéndose de la precaria vivienda que ha construido en el subsuelo bajo un buzón de carretera. Este miserable hombre, constantemente se mantiene hablando sobre los avatares de su vida junto a su mujer y dos hijos en las alcantarillas. En el acto, se observa la ironía del asunto, pues el personaje se ríe de esta absurda suerte la cual nadie en su sano juicio podría sostener. Se ríe de cuanta tierra ha escavado bajo el buzón para poder vivir alegremente y afirma que podría seguir escavando si fuese necesario con intensiones absolutas de darle la contra al sistema y dejar de ser un pobre infeliz sin casa, pero esto último se sobrentiende como parte del mensaje subliminal de la obra. Por otro lado, 2 se niega a vivir bajo las exigencias del medio material, es un pobre individuo que no tiene casa porque llega a considerar la filosofía de que la casa no es la voluntad de Dios, por eso Él no las dio como semillas al mundo para ser sembrada para todos. De esta manera, justifica soberbiamente su carencia de hogar y vivienda. El espíritu de 2 es sensible, en su discurso alterno toca temas como la libertad, el amor desvivido a su madre, el abandono mental de ella hacia él como hijo, la ausencia de su padre, la casa y la visión que tiene de Dios.

    En El buzón y el aire, Grégor Díaz parece referirse a la imposibilidad de acercamiento entre dos posturas vitales extremas. Mientras uno es un topo que vive hablando de la felicidad mirando todo el tiempo hacia abajo, hacia su buzón, el otro es un ave que vive mirando al horizonte, del cual siempre dice cosas y quiere volar por el aire fresco hasta llegar allá. Y entre este diálogo y realidades paralelas se muestra este colapso de la comunicación y del propio lenguaje que evoca de inmediato diálogos semejantes a los de Beckett e Ionesco. 

Julio Ortega nació en Casma en el año 1942. Es un escritor y crítico literario peruano que reside en los Estados Unidos. En la actualidad es profesor de Literatura Latinoamericana en la Universidad Brown. Es el primer autor peruano en escribir obras inspiradas conscientemente en el teatro del absurdo, en una serie de piezas cortas representadas por el TUC en 1964 con el título Pasos, voces, alguien. La obra de Ortega es de notorio sabor becketiano y su voluntad de adaptar los modelos del teatro del absurdo se explicaría en parte a su dedicación a la crítica literaria y teatral, que le dio un conocimiento teórico más preciso de esta corriente. En la propuesta escénica de La campana, incluso los nombres de los dos personajes, Rov y Clov, evocan explícitamente a los de los protagonistas de la obra Final de partida de Beckett, Clov y Ham.

    En La campana observamos a dos varones presos en una cárcel a la que se refieren como “La campana”. Vor es un individuo maniático por encontrar la salida de la prisión que lo tiene al borde de la locura. Su desesperación por encontrar la manera de escapar de “La campana” decanta en un discurso absurdo para con Rov. Afirma que ha caminado horas de horas para el oeste, que ha regresado por los mismos caminos de siempre (como si estos fueran extensos, habla) sin haber encontrado la puerta de escape para acabar con su incertidumbre. Se mantiene en una lucha constante con Rov, a quien le exhorta su falta de conciencia por la situación que los aqueja. Le pide ayuda en todo instante, le solicita que se sume a la búsqueda de la salida, le suplica que se solidarice con la causa y emprendan juntos el camino para hallar el escape de tal celda. Pero aunque le trae manzanas a Rov para complacerlo y tener su apoyo en la causa, este se inmuta. Rov es un personaje incrédulo, no está convencido de que exista una salida; cree que Vor es un completo insistente, que busca algo que no va a encontrar. Absurdamente está conforme con ser un prisionero; y de lo único que está consciente, es que vive en “La campana”, siente mucho sueño y le encantan las manzanas que Vor le trae para que esté saludable y le ayude a buscar la salida. Cuando este sale de escena, supuestamente para recorrer las largas sendas de “La campana”, Rov manifiesta que no cree que haya salida alguna.

    En esta obra, observamos la falta de comunicación asertiva entre dos personajes que aunque viven en las mismas circunstancias, tienen dos maneras completamente distintas de abordar la realidad. Uno de ellos, en su angustia de lograr su objetivo, crea una atmosfera ilógica dentro de una prisión. Y el otro nos avasalla las expectativas del hombre que vive añorando su libertad, con este conformismo desmedido de encontrar la comodidad en el encierro y acostumbrándose a él. Ambos conservan la miseria del ser humano bajo la circunstancia en la que viven, pues aún en la aparente comodidad, encontramos dolor, soledad y angustia.

    Entonces, haciendo un análisis propio de las tres obras anteriores se deben pronunciar los vínculos que existen entre ellas. Por un lado, las tres obras nos muestran un diálogo (alterno o no) entre dos personajes que viven en la completa miseria; y cuando hablamos de miseria no solo hablamos de la pobreza física y carencias que padecen, sino nos referimos también al estado mental en la que se encuentran estos seis personajes: Uno y Dos (Ipacankure), 1 y 2 (El buzón y el aire), y, Vor y Rov (La campana). Porque las circunstancias de las obras, respectivamente, nos muestran a individuos que padecen soledad, precariedad en su estilo de vida y que tranquilamente podríamos considerar que están trastocados mentalmente. Ahí yace lo ilógico de sus discursos, la tristeza que emanan y la injusticia a flor de piel para con la vida que llevan ellos en una ciudad que les es indiferente a pesar de que son personas que aparentemente no lastiman a nadie y lo único que buscan es la felicidad. Por otro lado, las tres obras nos muestran esta variable constante que es la protesta social, este levantamiento de voz hacia el sistema político en el que se encuentran inmersos. ¿Por qué dos personas no pueden vivir cómodamente, cada uno en su propia cama, si trabajan dignamente como vendedores en la calle? ¿Porque es un trabajo vil? ¿Porque son alcohólicos? ¿Porque guardan demasiada pero demasiada bondad por los pobres e indigentes como ellos? Estas preguntas existenciales tan realistas nos hacen reflexionar otras premisas tales como ¿Por qué una persona resignada tiene que llegar a pensar que tener una casa no es necesario, ya que él no cuenta con una?  ¿Por qué se tiene que llegar a convencer de esto? ¿Por qué una persona debe buscar un lugar imposible para construir un hogar? o ¿Por qué conformarse con ser un prisionero si en el fondo del corazón los seres humanos siempre añoramos la libertad? ¿Por qué el Estado no hace nada por ellos? Podríamos pensar que las obras analizadas en este trabajo, nos impulsan a la pura reflexión, más de lo que al inicio de este texto argumentativo, imaginamos. Y por último, las tres obras nos muestran un impulso optimista, como una luz al final del túnel. En Ipacankure, por ejemplo, Dos se mantiene finalmente positivo tras la partida de Uno quien finalmente termina siendo “Ipacankure”, pues sabe que este encontrará su camino. En El buzón y el aire, 1 afirma que todo marchará bien una vez que baje al buzón, su hogar, porque su mujer ya le está llamando para la cena; y aunque sabemos que su felicidad es pura apariencia y no nos consta que en las alcantarillas, este personaje tiene una familia, aceptamos simpáticamente como espectadores la feliz miseria de este hombre. Al igual que 2, quien siempre guarda una esperanza en el mañana al caer en los brazos de Dios a quien divisa en forma de horizonte. Y en La campana de la misma manera, aunque Rov no colabora con la búsqueda de la salida dentro de la prisión en la que convive con Rov, este siempre se presenta optimista en seguir recorriendo los caminos del oeste para encontrar la manera de salir de “La campana”.

    El aporte de estas tres obras elegidas para este trabajo son muchas ciertamente; sin embargo, en este texto argumentativo se harán mención de dos de ellas:

    La importancia del teatro que aborda temas ontológicos y abstractos del absurdo, así como su lenguaje generalmente críptico. La dramaturgia de estas obras analizadas, decidió apostar por exponer problemas sociales inmediatos y tratarlos en el lenguaje más claro posible para ser entendido por las masas e instarlas a la toma de conciencia. Puede haber influido en esta acogida, la crisis espiritual lo cual es una característica muy propia de la modernidad en el contexto social entre los años sesentas y ochentas. Al parecer, para nuestros autores Dios no había muerto pues ese Dios muy independientemente de la postura cristiana, se manifiesta como una postura contestataria. El teatro de César Vega Herrera, Grégor Díaz y Julio Ortega, profundiza en lo absurdo desde lo experimental mostrando crudamente el realismo, sin caer en lo grotesco como lo plantearon otros autores de la época. No tomaron el camino de la paradoja, tan propio del teatro del absurdo propiamente dicho, sino que forjaron su propio camino. Se dio de esta manera porque en los años sesentas, en la literatura latinoamericana, surge una nueva visión muy propia de América, la cual aspiraba mostrar al mundo su propia técnica, con unas características precisas y con un lenguaje único que llamó la atención de los literatos europeos.

    Lo urgente de manifestar la irónica que puede ser la vida para los pobres, y mostrar tal ironía desde lo teatral, lo cual muestra de manera tangible y casi verídica a “la cuarta pared” la realidad social en la que nuestro país se encuentra desde tiempos memorables.

    Las obras analizadas nos muestran el dolor y todo lo anteriormente mencionado de una sociedad enferma, con una salud mental lastimada y por la cual, la mayoría de veces, como país no hacemos absolutamente nada. Esto es finalmente lo más absurdo que puede suceder: ver como otros enloquecen y nosotros tan solo seguir siendo los cómodos espectadores, o a lo mejor nosotros también somos parte de ellos.

    Finalmente, para concluir con este trabajo, apelemos a algunas reflexiones a manera de conclusiones. Es relevante estudiar Ipacankure de César Vega Herrera, El buzón y el aire de Grégor Díaz y La campana de Julio Ortega porque nos muestran un aporte distinto en el teatro del absurdo al cual podríamos estar acostumbrados a leer como estudiantes de educación superior. Si bien por un lado, Julio Ortega trató inorgánicamente, de seguir una moda teatral pero muy a su estilo. Cesar Vega Herrera y Gregor Díaz, sin adherirse al absurdo e incluso sin tener mayor conocimiento de sus obras, reflejaron con precisión el espíritu de la época en obras analizadas en el presente trabajo. Y los tres autores que comparten ciertos medios expresivos y la postura existencialista presentes en el teatro del absurdo.

    El estudio de estas propuestas resulta, de todos modos relevante, pues permitirá trazar una línea más precisa de las corrientes de teatro vanguardista a los que estuvo expuesta la escena nacional, y limeña en particular, en su período más importante de renovación y ampliación. El presente texto, sin embargo, ha pretendido contribuir a una mayor comprensión de las obras elegidas, surgidas en un período decisivo de renovación de la actividad escénica nacional, cuyas manifestaciones se extienden de distintas maneras a la dramaturgia peruana contemporánea.

 

 

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Díaz, G. El buzón y el aire (1985)

Higgins, J. (2006) Historia de la literatura peruana. Universidad Ricardo Palma, Editorial Universitaria.

Nuñez, E. (1965) Literatura Peruana en el siglo XX

Ortega, J La campana (1965)

Poole Fuller, E (2013) Sobre el teatro del absurdo II. Detrás de la cortina. http://www.detrasdelacortina.com.pe/noticia.html?id=427

Toro Montalvo, C. (1996). Historia de la Literatura Peruana. Siglo XXI. Poesía y teatro (1900-1995)A.F.A Editores.

Vega Herrera, C., Contreras, I., Díaz, A., Sotelo, A. y Ventocilla, W. (1985) Teatro Peruano Editorial Minerva.

Un resumen crítico sobre Antonim Artaud


 


 

    En el artículo Antonim Artaud y el derecho a ser escrito por Eduardo de la Fuente Rocha, se narra una síntesis de la vida de Antonim Artaud y se puede a llegar a ciertas y puntuales conclusiones sobre su teatralidad por medio de los diferentes autores que Eduardo de la Fuente Rocha cita a lo largo del artículo. Según el autor, Artaud, personaje marginado y con alteraciones mentales en una Francia conservadora, dio sentido a sus imágenes internas crueles y amenazantes por medio del arte. El dramaturgo representa su mundo psíquico interno por medio de su obra y de esa manera se siente liberado.

    Artaud nació en Marsella, de padres franceses con ascendencia griega, tuvo una niñez bastante difícil de sobrellevar desde que a los cinco años de edad padece meningitis y a los nueve años pierde a su hermana Germaine. Luego de ello perdió a cuatro hermanos más y esto afianzó su miedo, confusión e incertidumbre. Su paso por diferentes instituciones en las que fue internado para sanar sus males mentales hicieron que cada día repela más al mundo porque afirmaba que la crueldad era la hipocresía de un sistema social e institucional que engañaba al individuo haciéndoles creer que aceptaba al ser humano como es. El manifiesto de Antonim Artaud está básicamente entrelazado en dos discursos.




AMOR



CRUELDAD



El de la vida que permite a cada individuo buscar su libertad.




 



El de la sociedad que trata de ocultar los actos crueles que enmascaran bajo la bandera de progreso, salud, justicia y vida.










    La teatralidad de Artadud representa y lleva al espectador a tocar la crueldad de no “poder ser” uno mismo. Para Artaud, existir es naturalmente cruel mientras no podamos ser nosotros mismos. Su obra refleja el sentimiento de haberse quedado en la representación “cosa”, ese objeto carente de afecto que siempre se siente amenazado por la muerte. Esto se vuelve irónico porque las cosas u objetos nunca mueren, y es esto justamente lo que buscaba Artaud: ser y trascender, por eso se manifestó de manera tan teórica por tantos años, sin haber ejercido mucho sus ideas en el escenario. Como actor, Antonim participó en varias puestas hasta llegar a tener papeles cinematográficos “insignificantes”, como él mismo los llamaba. Pero su obra cumbre por la que fue considerado como símbolo del teatro emergente e importante representante del movimiento surrealista fue El vientre quemado o la madre loca (1927). Esta obra teatral es de corte minimalista y solo contaba con la presencia de un rey sentado en una silla que cantaba cánticos perturbadores y difícil de ser entendidos por la audiencia. No contaba con texto alguno y termina con la muerte del único personaje en escena, siendo asesinado por una luz violeta que arrasaba con su cuerpo. Se dice que en la obra Artaud expresa la crueldad de una madre que mata a su hijo desde el vientre y este tiene la desdicha de nacer muerto en vida. Muerto en una sociedad que no lo acepta como él es. Al concluir la puesta, el actor se pone de pie y esto simboliza el renacer del individuo.

    En 1932 escribió Teatro de la crueldad, manifiesto donde defendía ante todo la crueldad en la existencia como una manifestación de amor a la vida. Dicho manifiesto fue desaprobado por el público. Es por eso que en distintos momentos de su vida Artaud quiso huir del entorno que lo atrapaba por no sentirse aceptado, no solo por ser como era, sino por no sentir que su teatralidad era considerada como a él le hubiese gustado que sea. El genio sentía que dentro de la crueldad de la vida no estaba en el lugar que él merecía. Cuando viajó a México con la tribu de los tahumaras sintió la libertad entre el primitivismo de los naturales; y cuando regresó a Irlanda, luego del viaje a América, quiso aplicar esa libertad en su vida pero una vez más recayó en la locura y fue nuevamente instalado en un nosocomio. En 1947, Artaud ya era reconocido como el padre de la nueva escena teatral y llegó a obtener el reconocimiento que tanto anhelaba (reconocimiento que prácticamente él solo se dio).

    Concluyo, considerando a Artaud como el representante máximo del teatro de la crueldad hoy por hoy. Él solo quiso dejarnos la teoría de lo que quería para nuestra sociedad. Su voz era lo que él quería que todos sintiésemos y entendiésemos, su voz fue la de un llamado de atención. Podría afirmar que quiso revalorar a Alfred Jarry, a Vincent Van Gogh; pero en el proceso de manifestarse, siempre fue rechazado. Sin embargo, su teatro, su teatralidad misma, fue el mejor canal para combatir sus males y nos dejó un gran legado al instarnos a reconocer la crueldad social, por medio de sus puestas en escena.





"Ya no puedo darte el corazón. Iré donde quieran mis botas."

NADA

no sabes nada de mí no haces nada por mí no me cuidas no me descuidas no te expresas me ignoras no me ignoras ...